[Relatos] Cuentos cortos aqui!

Para tratar cualquier tema sin restricción, aunque no esté relacionado con juegos.

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Notapor jenny15_666 » 07-08-2006 20:08

[color=violet]LUNA MUERTA[/color]

A través de la ventana sólo se veía oscuridad. Millones de estrellas cobijadas en la negra noche. Niël no era nadie sin su madre y solamente la mirada de ésta conseguía llenarle de vitalidad. Por eso y otras causas su vida transcurría en nocturnidad. Además, Niël era un solitario y la casa en la que vivía se escondía en las montañas, arropadas por la nieve hasta mediados de primavera. Su existencia no se medía como en el resto de los hombres a través de los días, los meses o los años, sino por ciclos, por lo general de unos veintiocho soles de duración. Niël recuerda nítidamente el día en que nació, fue uno como aquel, una noche como aquella. No estuvo su madre en la concepción y aún así la quería. Tampoco era conocedor de la identidad de su padre y Niël siempre se creyó la maravillosa obra prima de su madre, pero ¿acaso era el único?

Aquella noche era especial para él, cumplía 917 ciclos. A partir de ese día, una vez más, iría creciendo alimentado por la vitalidad de su progenitora, no obstante sospechaba que ya se acercaban sus últimos ciclos de vida, quizá aquel fuera el último. Progresivamente iría evolucionando, como de costumbre, en el transcurso de los ciclos, hacia un estado de plenitud total, estado en el cual, durante una noche, decidiría como utilizar el poder supremo que le ofrecía su madre y que le ponía por encima de toda vida terrestre. Sería la hora de elegir una vez más. La sangre o la vida, para Niël dos cosas casi sinónimas. Así, Niël saboreó su celebración como tantas otras veces, aunque con mayor intensidad, enjugando sus labios con el néctar de un buen vino y una cena provechosa. Ya no volvería a comer hasta el gran día. Quedaba la espera.

Los días fueron pasando y su cuerpo y psique fueron mutando, creciendo positivamente. Mientras, había estado preparando el terreno. El día había llegado y la noche se acercaba con lentitud, la misma que mantendría hasta el día siguiente. Estaba listo. Lo tenía decidido, sangre fue la palabra que brotó de sus labios al dejar la casa tras de sí, quería comer. Se adentró en las montañas y ágilmente se deslizó hasta la ladera de una de ellas, la más grande, la que comúnmente se conocía como Lobezna por su peculiar forma y por la cantidad de lobos que allí nacían y se criaban. Sus aullidos eran ya conocidos en el pueblo que esta montaña acunaba. Un pequeño pueblo que aquella noche Niël vio morir antes de teñir un precioso vestido rojo para su madre. Tras esa noche su energía fue menguando, su cuerpo volvía a su estado natural y al desaparecer su madre, La Luna, Niël se esfumó con ella dejando una leyenda tras de sí.
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Notapor Holy_summon » 07-08-2006 20:36

ay!!! y lo bueno es que es un cuento corto. 8O 8O

un cuento corto es la leyenda de la Xtabay (se lee "shtabay") por el sureste mexicano se dice de la leyenda de una muje que se le aparece a los malos hombres y en especial a los borrachos, que se los lleva a las afueras de la ciudad y los mata!!! si algun paisano quiere agregar mas, hágalo con gusto.
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Notapor jenny15_666 » 08-08-2006 03:14

[color=blue]LA CAJA DE MÚSICA[/color]

Ambos empezaron a volar por el inmenso salón, bailando en el aire, realizando piruetas y lindas cabriolas. A su paso dejaban una preciosa estela luminosa, polvos mágicos. Eran dos bellas figuras las que se deslizaban ágilmente por la inmensidad del vacío. Una preciosa dama de pelo anaranjado como el fuego, largo y frondoso, que cubría dos maravillosas perlas azules incrustadas en un bello y afirmado rostro de blanca tez. La otra figura, un apuesto galán, moreno de ojos grandes y oscuros. Y allí estaban los dos, batiendo sus maravillosas alas, como mariposas al inicio de la temporada estival. Se deslizaban sorteando los obstáculos de la sala, majestuosa, con gran facilidad.

Sus vestimentas eran muy escogidas. Ella llevaba un estupendo vestido blanco anacarado, largo, con encajes en la parte superior y unos delicados bordados en su costura. Él, un espléndido traje negro, parecido a un smoking, pero de mayor elegancia aún, liberándole de tanta formalidad. Como fondo de su acrobático baile, una cautivadora música, casi hipnótica... danzaban de aquí para allá, posesos por la delicada sucesión de compases llenos de matices sugerentes y melódicos.

El salón, adornado de maravillosas lámparas de araña de bohemia, magnífico cristal este, brillaba con cegadores destellos luminosos y bañaba de luz todo el entorno. Las cortinas, de un acabado impresionante, se deslizaban a lo largo de toda la pared. Toda la estancia era una mezcla de colores de tonos suaves y acogedores, tonos blancos, rosados, amarillos, grises azulados, claros y agradables a la vista. Y allí estaban. Solos. Batir por aquí, pirueta por allá, un giro... la magia brotaba por cada uno de los rincones. Pero sólo bastó un instante para que toda aquella alegría se viera frustrada de un intenso y estruendoso golpe...

- ¡Alto criaturas inmundas! - Era la voz de su amo, el Gran Mago de Hador, pueblo variopinto en el que conviven multitud de razas y especies vivas.
- Señor... nosotros no... – contestó la figura femenina de diminutas dimensiones intentando aplacar la furia de su señor.
- ¡Basta! Os dejo unas lunas solos y ya os creéis en el derecho de invadir mis habitaciones. Yo no os he tratado mal, pero os habéis aprovechado de ese privilegio para abusar de mi buena hospitalidad.
- Pero... – increpó el duendecillo masculino en defensa de los dos - ...no teníamos intención de hacerle sentir ofendido, fue un juego, sólo eso, yo... – atajó el mago cortando sus palabras al viento.
- Habéis abusado de mi confianza y pagaréis por ello. De todas formas, no seré malvado con vosotros, ya que me habéis sido de gran utilidad durante el tiempo que habéis estado a mi lado y habéis aliviado el sentimiento de soledad que siempre me ha invadido.

El mago lanzó un conjuro al aire y una nube de polvo dorado envolvió a los dos duendecillos, arrastrándolos hacia una caja de escasas dimensiones. Sus cuerpos se tensaron y adquirieron rigidez, adoptando una postura graciosa. Los había convertido en figuras. Luego los posó en el centro de una plataforma, enfrentados el uno al otro y cogidos en postura de baile, dotó a la plataforma, de aspecto circular, de capacidad para girar y, en su centro, girarían las figuras. Y, como guinda final de aquel pastel, puso música a su alrededor, la misma que había sonado cuando los descubrió en el salón. Su magia impregnó la caja y, siempre que estuviese abierta sonaría aquella música mientras los duendes bailaban al son de las dulces notas musicales. Mientras estuviera cerrada estarían condenados a la oscuridad y al más absoluto silencio. Así, sin saberlo, cada vez que abrimos una caja de música, privamos a sus habitantes de la esclavitud que antaño les fue impuesta y les damos la oportunidad de volver a disfrutar de aquel último baile. Mientras esté abierta y dure la música, la magia permanecerá entre nosotros.
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Notapor Holy_summon » 10-08-2006 19:05

Jenny las historias son muy buenas, y creo que debemos postear mas aqui, sale???
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Notapor jenny15_666 » 10-08-2006 20:15

Pues yo estoy de acuerdo..no se los demas :roll:
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Notapor Holy_summon » 10-08-2006 20:32

Any way

Anda algo seco mi cerebro, pero esto es muy propositivo y cultural como el post de los cuadros
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Notapor jenny15_666 » 10-08-2006 20:36

Ten Cuidado con lo que Deseas...

[color=orange]...porque puede hacerse realidad. Un deseo, sólo eso basta para acaparar las fauces del oscuro infierno. El mal tiene muchas armas y muchas formas de camuflar sus perversas intenciones...


María era una chica ambiciosa y soñaba de día, de noche... no paraba de soñar. Quería ser famosa, aparecer en todos los periódicos del país, del mundo... ella siempre iba mucho más allá y no se rendía ante nada ni nadie, era una persona muy perseverante. Era actriz y modelo, un caramelo en potencia para la prensa del corazón. Pero a pesar de su bonita cara y su espléndida figura nadie, ni un solo diseñador, ni un solo productor, se había fijado en ella. Seguía insistiendo, algún día se darían cuenta. Y ese día llegó. Un hombre, que más tarde dijo llamarse Alec Toulouse, la vio por la calle y se le acercó, y con un acento de francés aburguesado le habló:

- Hola, mon cheri –dijo el extraño, apuesto y galán, con una sonrisa.
- Hola... – María miró antes de contestar y no lo hizo de muy buena gana.

Ambos se quedaron mirándose largo rato, el tiempo necesario para hacer un completo reconocimiento visual. María pudo apreciar que aquel hombre era de apuesta figura, vestía además, un esplendoroso traje rojo, quizá de lo último de Armani o Emidio Tucci, tenía toda la pinta de ser de alguna de esas dos colecciones, María estaba muy puesta en el tema. Bajo el traje rojo, una corbata del mismo color y una camisa oscura. También los zapatos eran rojos, y brillaban atrapados por el sol del casi finalizado invierno. Debía tener unos cuarenta años. A María le pareció que estaba muy bien para esa edad que ella sólo suponía. Al pensar esto un rubor le subió a la cara. Él se dio cuenta del ligero color que adoptó el rostro de María y, mientras dejaba caer un poco sus gafas de sol sobre la nariz, esbozó una amplia sonrisa. Sus ojos quedaron al descubierto, eran grises, nunca había visto nada igual, eran preciosos. El pelo, que aún no era cano, le caía sobre la frente, no era demasiado largo y llevaba un corte moderno, acorde con la ropa.

- Hola – volvió a decir el hombre y continuó – estoy buscando nuevas modelos para mi colección de primavera – ahora se notaba mas que nunca aquel acento francés, María no podía articular palabra, estaba sorprendida, él se dio cuenta y prosiguió – y no he podido evitar fijarme en usted, perdone mi atrevimiento y el no haberme presentado antes. Alec Toulouse para servirle señorita – y alargó la mano. María la tomó y la miró mientras le miraba a los ojos. Esto hizo que María se sorprendiese más aún, no podía reaccionar.
- María... – no conseguía recordar su apellido, su sueño estaba a punto de cumplirse, aquel era, sin duda, el primer paso hacia la fama, ahora les demostraría lo que vale -... María... Montero. – Sonrió aliviada.
- Me gusta – sonrió acompañándola – estoy aquí por poco tiempo y si no te importa me gustaría empezar cuanto antes.
- Pero... – dijo excusándose. Tenía que ir a casa, arreglarse un poco... no podía ir así.
- Tranquila, allí tendrás todo lo que necesites. – conocía las reacciones de las mujeres ente cualquier situación, había trabajado con muchas...
- Bueno, vale. – Suspiró y lanzó una sonrisa agradecida. Ambos marcharon en un lujoso coche descapotable que Alec tenía aparcado unas dos calles más atrás.

María no quiso decir nada, pero el coche tenía matrícula de Madrid y eso le extrañó un poco, pero no le dio importancia alguna a ese hecho tan insignificante, debía ser de alquiler, si viajaba tanto como decía, un coche propio sólo le resultaría una carga más. Alec condujo su flamante coche hasta un edificio viejo y dijo a María que le siguiese. A María, cada vez le parecía todo más extraño y sin sentido.

- Pero... aquí. – María no creía que aquello fuese un estudio, ni una pasarela, ni nada de eso, estaba todo lleno de herrumbre.
- Tranquila bonita... tranquila... – Alec perdió el acento y ahora no parecía más que un Antonio o un Pepe cualquiera, era evidente que no era francés y seguramente tampoco sería diseñador y el coche... el coche sería robado o prestado. Todo era una mentira, pero era demasiado tarde para volver atrás, Alec o como quiera que se llamase había bloqueado todas las salidas.

Tomó a María y ella empezó a gritar. No le valió de nada. Nadie la oiría... jamás. Antes de que sus gritos se propagaran, Alec sacó una enorme navaja y le atravesó la garganta, la sangre emanaba a borbotones, salpicando el suelo sucio y el traje de aquel hombre. Éste fue rápido y, antes de que María muriera, extrajo de entre las sombras una enorme sierra eléctrica y empezó a cortarle brazos y piernas, luego le abrió el pecho en canal. La descuartizó totalmente, pero la cara la dejó intacta, incluso la limpió suavemente con un paño húmedo eliminando los restos de sangre, era muy bonita. Todo estaba bañado en sangre y era un cuadro bastante siniestro: el hombre de rojo de pie admirando su obra con la sierra caída en su mano derecha aún despidiendo calor y María... María distribuida por todo aquel suelo. El hombre rió a carcajadas y esto fue lo último que oyó María antes de morir. Lo último que vieron sus ojos: la gran sierra cayendo sobre sus brazos...

El cadáver fue encontrado un par de días más tarde y, al tercer día, los periódicos del país y de todo el mundo y los medios de comunicación en general tenían en primera plana la fotografía e imágenes de la víctima. La noticia fue bastante codiciada y se llegó, más tarde, incluso a hacer una película. Al final, María se hizo famosa, después de muerta, muy famosa... todo el mundo apreció ahora su bonita cara, con los ojos desorbitados y la boca entreabierta emanando sangre... muy famosa... [/color]
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Notapor Holy_summon » 10-08-2006 20:40

Ejem...
de donde los sacas???
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Notapor jenny15_666 » 10-08-2006 21:22

[quote="Holy_summon"]Ejem...
de donde los sacas???


de una pagina de internet..me gusta mucho leerlos..me he leido un monton pero como muchas veces no tengo tiempo no puedo escribir uno propio para mandarlo a esa pagina..
http://www.relatos-cortos.com/relatos/
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Notapor Goveniant_Reloaded » 11-08-2006 02:21

el de los deseos esta muy chido :verygood:
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Notapor Otacon » 11-08-2006 04:23

[size=200] El navío blanco.[/size]

Soy Basil Elton, guardián del faro de Punta Norte, que mi padre y mi abuelo cuidaron antes que yo. Lejos de la costa, la torre gris del faro se alza sobre rocas hundidas y cubiertas de limo que emergen al bajar la marea y se vuelven invisibles cuando sube. Por delante de ese faro, pasan desde hace un siglo las naves majestuosas de los siete mares. En los tiempos de mi abuelo eran muchas; en los de mi padre, no tantas; hoy, son tan pocas que a veces me siento extrañamente solo, como si fuese el último hombre de nuestro planeta.
De lejanas costas venían aquellas embarcaciones de blanco velamen, de lejanas costas de Oriente, donde brillan cálidos soles y perduran dulces fragancias en extraños jardines y alegres templos. Los viejos capitanes del mar visitaban a menudo a mi abuelo y le hablaban de estas cosas, que él contaba a su vez a mi padre, y mi padre a mí, en las largas noches de otoño, cuando el viento del este aullaba misterioso. Luego, leí más cosas de estas, y de otras muchas, en libros que me regalaron los hombres cuando aún era niño y me entusiasmaba lo prodigioso.

Pero más prodigioso que el saber de los viejos y de los libros es el saber secreto del océano. Azul, verde, gris, blanco o negro; tranquilo, agitado o montañoso, ese océano nunca está en silencio. Toda mi vida lo he observado y escuchado, y lo conozco bien. Al principio, sólo me contaba sencillas historias de playas serenas y puertos minúsculos; pero con los años se volvió más amigo y habló de otras cosas; de cosas más extrañas, más lejanas en el espacio y en el tiempo. A veces, al atardecer, los grises vapores del horizonte se han abierto para concederme visiones fugaces de las rutas que hay más allá; otras, por la noche, las profundas aguas del mar se han vuelto claras y fosforescentes, y me han permitido vislumbrar las rutas que hay debajo. Y estas visiones eran tanto de las rutas que existieron o pudieron existir, como de las que existen aún; porque el océano es más antiguo que las montañas, y transporta los recuerdos y los sueños del Tiempo.

La Nave Blanca solía venir del sur, cuando había luna llena y se encontraba muy alta en el cielo. Venía del sur, y se deslizaba serena y silenciosa sobre el mar. Y ya estuvieran las aguas tranquilas o encrespadas, ya fuese el viento contrario o favorable, se deslizaba, serena y silenciosa, con su velamen distante y su larga, extraña fila de remos, de rítmico movimiento. Una noche divisé a un hombre en la cubierta, muy ataviado y con barba, que parecía hacerme señas para que embarcase con él, rumbo a costas desconocidas. Después, lo vi muchas veces más, bajo la luna llena, haciéndome siempre las mismas señas.

La luna brillaba en todo su esplendor la noche en que respondí a su llamada, y recorrí el puente que los rayos de la luna trazaban sobre las aguas, hasta la Nave Blanca. El hombre que me había llamado pronunció unas palabras de bienvenida en una lengua suave que yo parecía conocer, y las horas se llenaron con las dulces canciones de los remeros mientras nos alejábamos en silencioso rumbo al sur misterioso que aquella luna llena y tierna doraba con su esplendor.

Y cuando amaneció el día, sonrosado y luminoso, contemplé el verde litoral de unas tierras lejanas, hermosas, radiantes, desconocidas para mí. Desde el mar se elevaban orgullosas terrazas de verdor, salpicadas de árboles, entre los que asomaban, aquí y allá, los centelleantes tejados y las blancas columnatas de unos templos extraños. Cuando nos acercábamos a la costa exuberante, el hombre barbado habló de esa tierra, la tierra de Zar, donde moran los sueños y pensamientos bellos que visitan a los hombres una vez y luego son olvidados. Y cuando me volví una vez más a contemplar las terrazas, comprobé que era cierto lo que decía, pues entre las visiones que tenía ante mí había muchas cosas que yo había vislumbrado entre las brumas que se extienden más allá del horizonte y en las profundidades fosforescentes del océano. Había también formas y fantasías más espléndidas que ninguna de cuantas yo había conocido; visiones de jóvenes poetas que murieron en la indigencia, antes de que el mundo supiese lo que ellos habían visto y soñado. Pero no pusimos el pie en los prados inclinados de Zar, pues se dice que aquel que se atreva a hollarlos quizá no regrese jamás a su costa natal.

Cuando la Nave Blanca se alejaba en silencio de Zar y de sus terrazas pobladas de templos, avistamos en el lejano horizonte las agujas de una importante ciudad; y me dijo el hombre barbado:

-Aquélla es Talarión, la Ciudad de las Mil Maravillas, donde moran todos aquellos misterios que el hombre ha intentado inútilmente desentrañar.

Miré otra vez, desde más cerca, y vi que era la mayor ciudad de cuantas yo había conocido o soñado. Las agujas de sus templos se perdían en el cielo, de forma que nadie alcanzaba a ver sus extremos; y mucho más allá del horizonte se extendían las murallas grises y terribles, por encima de las cuales asomaban tan sólo algunos tejados misteriosos y siniestros, ornados con ricos frisos y atractivas esculturas. Sentí un deseo ferviente de entrar en esta ciudad fascinante y repelente a la vez, y supliqué al hombre barbado que me desembarcase en el muelle, junto a la enorme puerta esculpida de Akariel; pero se negó con afabilidad a satisfacer mi deseo, diciendo:

-Muchos son los que han entrado a Talarión, la ciudad de las Mil Maravillas; pero ninguno ha regresado. Por ella pululan tan sólo demonios y locas entidades que ya no son humanas, y sus calles están blancas con los huesos de los que han visto el espectro de Lathi, que reina sobre la ciudad.

Así, la Nave Blanca reemprendió su viaje, dejando atrás las murallas de Talarión; y durante muchos días siguió a un pájaro que volaba hacia el sur, cuyo brillante plumaje rivalizaba con el cielo del que había surgido.

Después llegamos a una costa plácida y riente, donde abundaban las flores de todos los matices y en la que, hasta donde alcanzaba la vista, encantadoras arboledas y radiantes cenadores se caldeaban bajo un sol meridional. De unos emparrados que no llegábamos a ver brotaban canciones y fragmentos de lírica armonía salpicados de risas ligeras, tan deliciosas, que exhorté a los remeros a que se esforzasen aún más, en mis ansias por llegar a aquel lugar. El hombre barbado no dijo nada, pero me miró largamente, mientras nos acercábamos a la orilla bordeada de lirios. De repente, sopló un viento por encima de los prados floridos y los bosques frondosos, y trajo una fragancia que me hizo temblar. Pero aumentó el viento, y la atmósfera se llenó de hedor a muerte, a corrupción, a ciudades asoladas por la peste y a cementerios exhumados. Y mientras nos alejábamos desesperadamente de aquella costa maldita, el hombre barbado habló al fin, y dijo:

-Ese es Xura, el País de los Placeres Inalcanzados.

Así, una vez más, la Nave Blanca siguió al pájaro del cielo por mares venturosos y cálidos, impelida por brisas fragantes y acariciadoras. Navegamos día tras día y noche tras noche; y cuando surgió la luna llena, dulce como aquella noche lejana en que abandonamos mi tierra natal, escuchamos las suaves canciones de los remeros. Y al fin anclamos, a la luz de la luna, en el puerto de Sona-Nyl, que está protegido por los promontorios gemelos de cristal que emergen del mar y se unen formando un arco esplendoroso. Era el País de la Fantasía, y bajamos a la costa verdeante por un puente dorado que tendieron los rayos de la luna.

En el país de Sona-Nyl no existen el tiempo ni el espacio, el sufrimiento ni la muerte; allí habité durante muchos evos. Verdes son las arboledas y los pastos, vivas y fragantes las flores, azules y musicales los arroyos, claras y frescas las fuentes, majestuosos e imponentes los templos y castillos y ciudades de Sona-Nyl. No hay fronteras en esas tierras, pues más allá de cada hermosa perspectiva se alza otra más bella. Por los campos, por las espléndidas ciudades, andan las gentes felices y a su antojo, todas ellas dotadas de una gracia sin merma y de una dicha inmaculada. Durante los evos en que habité en esa tierra, vagué feliz por jardines donde asoman singulares pagodas entre gratos macizos de arbustos, y donde los blancos paseos están bordeados de flores delicadas. Subí a lo alto de onduladas colinas, desde cuyas cimas pude admirar encantadores y bellos panoramas, con pueblos apiñados y cobijados en el regazo de valles verdeantes y ciudades de doradas y gigantescas cúpulas brillando en el horizonte infinitamente lejano. Y bajo la luz de la luna contemplé el mar centelleante, los promontorios de cristal, y el puerto apacible en el que permanecía anclada la Nave Blanca.

Una noche del memorable año de Tharp, vi recortada contra la luna llena la silueta del pájaro celestial que me llamaba, y sentí las primeras agitaciones de inquietud. Entonces hablé con el hombre barbado, y le hablé de mis nuevas ansias de partir hacia la remota Cathuria, que no ha visto hombre alguno, aunque todos la creen más allá de las columnas basálticas de Occidente. Es el País de la Esperanza: en ella resplandecen las ideas perfectas de cuanto conocemos; al menos así lo pregonan los hombres. Pero el hombre barbado me dijo:

-Cuídate de esos mares peligrosos, donde los hombres dicen que se encuentra Cathuria. En Sona-Nyl no existe el dolor ni la muerte; pero, ¿quién sabe qué hay más allá de las columnas basálticas de Occidente?

Al siguiente plenilunio, no obstante, embarqué en la Nave Blanca, y abandoné con el renuente hombre barbado el puerto feliz, rumbo a mares inexplorados.

Y el pájaro celestial nos precedió con su vuelo, y nos llevó hacia las columnas basálticas de Occidente; pero esta vez los remeros no cantaron dulces canciones bajo la luna llena. En mi imaginación, me representaba a menudo el desconocido país de Cathuria con espléndidas florestas y palacios, y me preguntaba qué nuevas delicias me aguardarían. "Cathuria", me decía, "es la morada de los dioses y el país de innumerables ciudades de oro. Sus bosques son de aloe y de sándalo, igual que los de Camorin; y entre sus árboles trinan alegres y entonan sus cantos amables los pájaros; en las verdes y floridas montañas de Cathuria se elevan templos de mármol rosa, ricos en bellezas pintadas y esculpidas, con frescas fuentes argentinas en sus patios, donde gorgotean con música encantadora las fragantes aguas del río Narg, nacido en una gruta. Las ciudades de Cathuria tienen un cerco de murallas doradas, y sus pavimentos son de oro también. En los jardines de estas ciudades hay extrañas orquídeas y lagos perfumados cuyos lechos son de coral y de ámbar. Por la noche, las calles y los jardines se iluminan con alegres linternas, confeccionadas con las conchas tricolores de las tortugas, y resuenan las suaves notas del cantor y el tañedor de laúd. Y las casas de las ciudades de Cathuria son todas palacios, construidos junto a un fragante canal que lleva las aguas del sagrado Narg. De mármol y de pórfido son las casas; y sus techumbres, de centelleante oro, reflejan los rayos del sol y realzan el esplendor de las ciudades que los dioses bienaventurados contemplan desde lejanos picos. Lo más maravilloso es el palacio del gran monarca Dorieb, de quien dicen algunos que es un semidiós y otros que es un dios. Alto es el palacio de Dorieb, y muchas son las torres de mármol que se alzan sobre las murallas. En sus grandes salones se reúnen multitudes, y es aquí donde cuelgan trofeos de todas las épocas. Su techumbre es de oro puro, y está sostenida por altos pilares de rubí y de azur donde hay esculpidas tales figuras de dioses y de héroes, que aquel que las mira a esas alturas cree estar contemplando el olimpo viviente. Y el suelo del palacio es de cristal, y bajo él manan, ingeniosamente iluminadas, las aguas del Narg, alegres y con peces de vivos colores desconocidos más allá de los confines de la encantadora Cathuria".

Así hablaba conmigo mismo de Cathuria, pero el hombre barbado me aconsejaba siempre que regresara a las costas bienaventuradas de Sona-Nyl; pues Sona-Nyl es conocida de los hombres, mientras que en Cathuria jamás ha entrado nadie.

Y cuando hizo treinta y un días que seguíamos al pájaro, avistamos las columnas basálticas de Occidente. Una niebla las envolvía, de forma que nadie podía escrutar más allá, ni ver sus cumbres, por lo cual dicen algunos que llegan a los cielos. Y el hombre barbado me suplicó nuevamente que volviese, aunque no lo escuché; porque, procedentes de las brumas más allá de las columnas de basalto, me pareció oír notas de cantones y tañedores de laúd, más dulces que las más dulces canciones de Sona-Nyl, y que cantaban mis propias alabanzas; las alabanzas de aquél que venía de la luna llena y moraba en el País de la Ilusión. Y la Nave Blanca siguió navegando hacia aquellos sones melodiosos, y se adentró en la bruma que reinaba entre las columnas basálticas de Occidente. Y cuando cesó la música y levantó la niebla, no vimos la tierra de Cathuria, sino un mar impetuoso, en medio del cual nuestra impotente embarcación se dirigía hacia alguna meta desconocida. Poco después nos llegó el tronar lejano de alguna cascada, y ante nuestros ojos apareció, en el horizonte, la titánica espuma de una catarata monstruosa, en la que los océanos del mundo se precipitaban hacia un abismo de nihilidad. Entonces, el hombre barbado me dijo con lágrimas en las mejillas:

-Hemos despreciado el hermoso país de Sona-Nyl, que jamás volveremos a contemplar. Los dioses son más grandes que los hombres, y han vencido.

Yo cerré los ojos ante la caída inminente, y dejé de ver al pájaro celestial que agitaba con burla sus alas azules sobrevolando el borde del torrente.

El choque nos precipitó en la negrura, y oí gritos de hombres y de seres que no eran hombres. Se levantaron los vientos impetuosos del Este, y el frío me traspasó, agachado sobre la losa húmeda que se había alzado bajo mis pies. Luego oí otro estallido, abrí los ojos y vi que estaba en la plataforma de la torre del faro, de donde había partido hacía tantos evos. Abajo, en la oscuridad, se distinguía la silueta borrosa y enorme de una nave destrozándose contra las rocas crueles; y al asomarme a la negrura descubrí que el faro se había apagado por primera vez desde que mi abuelo asumiera su cuidado.

Y cuando entré en la torre, en la última guardia de la noche, vi en la pared un calendario: aún estaba tal como yo lo había dejado, en el momento de partir. Por la mañana, bajé de la torre y busqué los restos del naufragio entre las rocas; pero sólo encontré un extraño pájaro muerto, cuyo plumaje era azul como el cielo, y un mástil destrozado, más blanco que el penacho de las olas y la nieve de los montes.

Después, el mar no ha vuelto a contarme sus secretos, y aunque la luna ha iluminado los cielos muchas veces desde entonces con todo su esplendor, la Nave Blanca del sur no ha vuelto jamás.

[size=200]FIN[/size]

Howard Phillip Lovecraft (1890-1937)
[quote="EvaCross"]"¿Qué cuernos pasó aquí?".

Hermano. Afeitadas prematuras de pieles jóvenes, eso es lo que pasó aquí.
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Notapor NaChIt0xXx » 11-08-2006 04:42

[quote="Holy_summon"]ay!!! y lo bueno es que es un cuento corto. 8O 8O

un cuento corto es la leyenda de la Xtabay (se lee "shtabay") por el sureste mexicano se dice de la leyenda de una muje que se le aparece a los malos hombres y en especial a los borrachos, que se los lleva a las afueras de la ciudad y los mata!!! si algun paisano quiere agregar mas, hágalo con gusto.


Me interesa... pero no se ni de donde averiguar, averigualo y postia asi lo leo dale? weno chaucheee
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Notapor jenny15_666 » 11-08-2006 16:33

El proyecto Big Bang

[b][color=red]Dicen que las ciudades nunca duermen, que siempre hay alguna luz encendida, algún local abierto. Siempre hay alguien naciendo o alguien muriendo. Dicen que las ciudades nunca duermen, pero que algunas si descansan durante un rato; breves instantes durante los cuales todo parece dejar de moverse, todo parece cerrar los ojos y suspirar. Recuperar energías.
Era de noche, había luna llena. Y llovía.
C. observaba la lluvia caer por el cristal de su ventana, mientras miraba desde su décimo piso la infinidad de edificios que descansaban. Disfrutaba de uno de esos breves momentos en los cuales la ciudad estaba en calma, mientras seguía con la mirada cada lágrima caída del cielo resbalar por el cristal. Había leído mil y una narraciones, en novelas y poesías, acerca de la corta vida de cada gota de lluvia. Cayendo sin saber hacía donde, chocando contra todo y muriendo en el anonimato. Por eso C. miraba cada gota como si fuese la única, especial; chocaban contra el alfeizar de la ventana, parándose ahí, y casi le daban pena. Era un momento especial. Un momento único.
Apagó todas las luces y se metió en la cama, sin dejar de mirar las gotas de lluvia. Llegó un punto que le pareció vislumbrar un ligero brillo en cada una, como si estuviesen lloviendo chispas. Poco a poco se le fueron cerrando los párpados, sin dejar de escuchar el golpeteo de las gotas.
Dicen que las ciudades nunca duermen.
Cerca de las cuatro de la mañana algo le despertó. Un ruido, golpes secos. Aún en vigilia, abrió ligeramente los ojos sin captar mucho que pasaba ni que tipo de sonido le había parecido escuchar; estaba acostumbrada a despertarse por las noches cuando pasaban por su calle ambulancias, camiones de recogida de basura o algún grupo de borrachos. Pero de repente, un golpe más contundente hizo que reaccionara, que abriera los ojos de par de par, sin moverse de la cama. Ese ruido no venía de la calle, si no de su salón. No se movió. Se quedó expectante, pendiente de cualquier mínimo ruido. Quería saber quién estaba en su casa. De repente, el ruido aumentó, como si alguien hubiese metido una máquina o una grúa en su casa. Se asustó, se incorporó de golpe en la cama y miró a todos lados.
El techo se abrió, las paredes parecieron desaparecer y una potente luz iluminó todo. C. gritó, asustada, pero de repente la luz se volvió más tenue y el ruido paró. No estaba en su habitación, si no en algún aséptico habitáculo blanco, bajo una mampara de cristal opaco. Estaba ella sola, en su cama. No había nada más. Nadie más. Miró a todos lados, asustada, a punto de llorar, cuando creyó ver una puerta en una de las paredes laterales. Era una puerta fina, prácticamente una continuación de la pared. Del mismo color, el mismo grosor, parecía que habían hecho un hueco en la misma pared, pues solo se veían unas finas hendiduras que silueteaban una forma rectangular. C. se levantó de la cama y se acercó. Pasó la mano por la pared y trató de averiguar como podía entrar, si es que realmente era una puerta. Empujó un poco y, para su sorpresa, se abrió casi mecánicamente hacia un lado. Entró y la puerta se cerró a su paso. Estaba en algún lugar muy oscuro.
Se comenzó a asustar, pero unas luces fluorescentes iluminaron toda la estancia, que comenzó a moverse. Estaba en una especie de ascensor metálico que bajaba muy silenciosamente. Era todo del mismo color blanco que la habitación, incluida la puerta que parecía ser la entrada y salida del ascensor. Junto a esa puerta había un pequeño panel, acristalado, donde se veía el reflejo de quien se miraba. C. observó su reflejo y se apartó un mechón de pelo que caía por su cara. Seguía con el pijama. De repente, el débil zumbido que emitía ascensor cesó, y se abrió la puerta. Había un pasillo oscuro, que, de repente, se fue iluminando poco a poco con discretos focos de luz pálida. C. recorrió el pasillo lentamente, con miedo. Le temblaban ligeramente las piernas, tanto los nervios de la situación como por el frío del lugar. Cuando llegó al final, había otra puerta. “¿otra puerta? ¿estoy soñando? Nunca había tenido un sueño tan real. No, no puedo estar soñandoâ€
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Notapor france » 11-08-2006 19:49

si hay alguno q valga la pena..
..avisen q lo leo xDD..
..(en serio)..
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Notapor jenny15_666 » 11-08-2006 19:59

[quote="france"]si hay alguno q valga la pena..
..avisen q lo leo xDD..
..(en serio)..


el de los deseos esta muy bueno pero solo vos podes decir si vale la pena o no..a mi me puede gustar y a vos no! ^^
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