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¿Tinta o disolvente?
Entre tanto homenaje a los clásicos no es de extrañar que el sistema de juego sea muy similar a las grandes aventuras que proliferaron durante la época de Nintendo 64. Se nos ofrece un mundo central (La Calle del Mal o Mean Street, sacada de los parques de atracciones de Disney) a partir del cual nos moveremos por diferentes regiones ambientadas en los diferentes lugares de sus parques temáticos. En ellos deberemos de cumplir algunas misiones encargadas por los personajes que nos encontremos y que suelen centrarse en superar unas plataformas, recolectar objetos o luchar contra enemigos. En su base, el juego no ofrece nada nuevo, pero está el factor Spector.
Como suele ser natural en sus obras, al creador de Deus Ex le gusta hacer que el jugador se sienta artífice de la historia, y es ahí donde radica la gran fuerza de Disney Epic Mickey. El jugador tendrá siempre en su poder la capacidad de decisión y serán estas decisiones las que marquen el devenir de los acontecimientos. Podrá pasar de puntillas (y no nos referimos al popular Mickey Mousing que también está presente en el juego) e ir cumpliendo únicamente las misiones de la historia principal o podrá dejarse llevar por la exploración y entregarse a las peticiones de los personajes.
Y no sólo eso, sino que habrá misiones que se podrán cumplir de varias maneras, afectando de formas diferentes a los elementos del escenario en función de cómo se haya llevado a cabo la solución. El principal problema de todo esto es que no todas las decisiones conllevan cambios drásticos en la aventura. Sí que hay algunas, especialmente las misiones principales de la historia (pero que no necesariamente son obligatorias), que llegan a modificar ampliamente lo que sucede después en cada nivel, pero la gran mayoría (las misiones personales que te encarga cada individuo) sólo derivan en la obtención (o no) de un broche más que coleccionar.
Siguiendo con los problemas derivados de las decisiones, en ocasiones es muy difícil averiguar qué es lo que ha desencadenado que determinados objetos o determinados personajes no estén disponibles, lo que lleva a frustrar las posibilidades de conseguir el 100% del juego en el menor número de partidas posibles. No obstante, el juego consigue que el jugador se decante por uno u otro papel y que, a medida que avanza, ya está maquinando la forma alternativa de superar el puzzle que acabas de resolver en la próxima partida.
El apartado de plataformas, aunque logrado, es el que más peros se lleva. El uso de las plataformas es un elemento constante a lo largo de los niveles, aunque en ningún momento llegan a suponer un reto demasiado elevado para los jugadores más experimentados. Lo que sí supone un reto es la malograda cámara. Aunque se ha exagerado hasta límites insospechados la poco acertada programación de la misma, hay que reconocer que es el gran punto flaco del juego. En muchos saltos y situaciones se coloca en el ángulo más inoportuno y en determinados momentos no permite modificación, causando cierta sensación de frustración.
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