Y justo antes de abandonar el recinto, como un último gran regalo visual, nos esperaba una exhibición de figuras simplemente bestial. Réplicas a tamaño real y dioramas de nuestros superhéroes favoritos, Aliens, Predators, Transformers... con un nivel de realismo y calidad que quitaban el hipo. Eran espectaculares y, como era de esperar, nada baratas. Se te ponÃan estrellitas en los ojos y el único pensamiento era "me las llevarÃa todas a casa".

El exterior: El gran desengaño del espacio abierto
Y luego estaba el exterior. Al salir del pabellón, la primera impresión era de amplitud. Un mar de césped artificial se extendÃa ante nosotros... y ya. Era un espacio gigantesco, pero desaprovechado hasta niveles absurdos, donde dos lonas gigantes se convertÃan en el único y codiciado refugio contra el sol de justicia andaluz.
Al fondo, un escenario cumplÃa una función vital, casi de servicio público: retransmitir en directo los paneles del Hall M. Era el premio de consolación para los miles de personas que se quedaban fuera. Aparte de eso, la oferta era desoladora: unas pocas casetas de venta que parecÃan sacadas de un mercadillo navideño, la zona de comida con precios de atraco, un arco decorativo y un Goku gigante para la foto de rigor. ¿Actividades? Un simulador de paracaidismo (básicamente, una turbina que te hacÃa flotar), un simulador de montaña rusa de los amigos de Virtual Family y un globo aerostático que tenÃa más vocación de ancla que de nave, pasando más tiempo en tierra que en el aire por culpa del viento.

Y aquà es donde se revela la gran trampa, el truco de ingenierÃa social que explica todo este despropósito. El ganar tantos metros de extensión no era por amor al aire libre, sino para inflar la cifra del aforo legal. Pero claro, la ecuación tiene dos partes. Si tu plan se basa en que una gran parte del público esté fuera, tienes la obligación de llenar esa zona externa con contenido de calidad, con actividades que hagan que la espera merezca la pena. Y eso, simple y llanamente, no ocurrió. El resultado fue un espacio enorme y vacÃo, un generador de quejas y la prueba más evidente de que el evento, en muchos aspectos, les vino grande.

Las sombras (vistas desde la barrera)
Y ahora, vamos a meternos en el barro. Nuestra experiencia como medio acreditado fue, en muchos aspectos, un privilegio, librándonos de las esperas interminables. Pero eso no nos hace ciegos, y lo que vimos fue una gestión que, por momentos, rozó lo surrealista.
- El enemigo número uno: Las colas. Ha sido la queja unánime. Colas kilométricas para todo, bajo un sol y con una falta de información alarmante.
- La gestión de accesos: Un barco sin capitán. De la mano del problema anterior, vino el caos en los accesos, con información contradictoria por parte del personal de seguridad.
- Precios abusivos y normas absurdas. Todos sabemos que la comida en estos eventos es cara. Pero lo de esta Comic-Con ha superado todos los lÃmites. Hablamos de precios desorbitados por un simple perrito caliente o una hamburguesa básica. Lo mismo aplicaba para cualquier snack o bebida, desde un café hasta una bebida energética.

A este sablazo hay que sumarle una polÃtica de acceso inicial incomprensible. Durante las primeras jornadas, el personal de seguridad era extremadamente estricto con la introducción de comida o bebida del exterior, algo que, con esos precios y el calor, era una condena. Incluso, según nos contaron varios asistentes, se llegaron a requisar objetos tan "peligrosos" como un desodorante. Como prensa, a nosotros nos hicieron una revisión superficial, pero el clamor del público fue tan grande que, finalmente, la organización tuvo que recular y ser más permisiva. Un evento que debÃa ser de alegrÃa se estaba convirtiendo en un infierno, y no solo por el cálido sol de Málaga.
Todo esto derivó en una oleada constante de reclamaciones por parte de los visitantes. Y razón no les faltaba. La sensación general en muchos momentos era que el evento se les habÃa ido de las manos.