Acabando
con esta regresión, necesaria para relatar la fantástica ambientación, y
tras varias horas de juego, volvemos al mundo real en el que nos
encontramos frente al televisor, sosteniendo el mando de control. La
experiencia se ha compuesto de una amalgama de fantásticas y terribles
impresiones, mezcladas sin ningún criterio aparente. Dejad que os
explique.
La gran recreación de los entornos y los personajes,
acompañados por la que es, en mi opinión, una de las mejores bandas
sonoras que he tenido el placer de escuchar en un videojuego, consigue
un efecto de inmersión del que es difícil escapar. Sin embargo,
múltiples defectos técnicos como la aparición repentina de elementos del
escenario o enemigos, la cómica física de “muñeco de trapo” que sufren
los cadáveres de nuestras víctimas, así como los defectos en sus
animaciones aun en vida, o la inestabilidad del framerate con el que se
muestra todo, logran enturbiar ligeramente la experiencia.
Pese a esto, existe un aspecto que compromete aún más el potencial de generar diversión de este título: la dificultad del mismo.
El eterno fracaso
Bloodborne
es el heredero natural de la saga Dark Souls, también desarrollado por
Fromsoftware y, como tal, cuenta con una similar gama de elementos
característicos que lo convierten en un reto que no todos los jugadores
están dispuestos a afrontar.
Es muy fácil morir a manos de un
enemigo, una trampa o al despeñarse por un precipicio. Sin embargo, a
diferencia de otros juegos en los que, tras unos breves instantes se
sitúa a nuestro personaje en un lugar cercano, a salvo de todo peligro,
en Bloodborne nos castigan con cerca de 45 segundos de espera, el
regreso al último punto conocido (no necesariamente cercano), la perdida
de todos nuestros “ecos de sangre” acumulados (la moneda del juego) y
la reaparición de todos y cada uno de los enemigos que hayamos derrotado
con anterioridad.
Suena duro y, sin duda, los jugadores menos
comprometidos con la causa, pediríamos una menor penalización por la
muerte. Sin embargo lo que se aprende con cada partida es que la
penalización es asumible y le añade una enorme emoción a cada sesión de
juego. Nos vuelve más cuidadosos con nuestros pasos, nos hace gestionar
mejor nuestros recursos y, en definitiva, nos transforma en jugadores
más experimentados.