Aqui estan los cuentos, ya pueden empezar a votar
Cuento 1: Querido Hijo
Recuerdo perfectamente el día de tu nacimiento.Tú no lo recuerdas, ¿verdad? fue un momento mágico. La primera vez que te tuve entre mis brazos. Tan pequeñito... tan gordito... ¡Parecías un hornitorrinco! y la tenías tan pequeñita que ni siquiera podíamos reconocer tu sexo. No has salido a mí.
Pero bueno, el objetivo de esta carta no es rememorar aquel momento.
Espero que algún día, cuando seas mayor, tu madre te de a leer este escrito.
Quiero pedirte perdón, porque cuando leas esto no estaré a tu lado. Parece que mis palabras destilan ironía, pero la vida es pura matemática. En mi caso, el paso del tiempo me ha hecho sentir anhelo por el pasado. Por los buenos momentos de la vida, que han sido pocos, como por ejemplo aquel en el que naciste. Te pido perdón, por no estar a tu lado haciendo el papel de padre. Perdóname, pero quiero que sepas que lo hago porque no soy feliz. Me gustaría tomar eso que llaman placebo, pero esto no tiene curación. La vida me ha brindado más momentos malos que momentos buenos, y por eso me sumerjo en la soledad que quiere inundarme. Voy a dar el paso definitivo en esta historia de un hombre, cuyo paso por la vida ha pasado desapercibida y ha sido pisoteada por decenas de situaciones incómodas e indeseables.
Estoy escribiendo esto en el andén cinco del metro de la calle Bergen. Cogí el tren de la vida equivocada, y ahora voy a adelantarme al tren que está apunto de llegar y que ya puedo escuchar a lo lejos. Me dispongo a dar el paso que me dirigirá al final. Un tren me dió la vida, y un tren va a quitarmela. Espero que mi muerte sirva de algo a esta sociedad.
Hasta luego.
Cuento 2:El Cenit
Mi historia fluye desde las profundidades de un pozo, un pozo gobernado por la soledad, oscurecido por las largas noches de angosta angustia. Es difícil imaginar cuanto ha llovido desde aquél infausto día, pero me cuesta creer que el sol siga meciéndose en el horizonte después de lo que ocurrió. Era una tarde cualquiera, uno de esos días que ni pasan ni dejan pasar. La avenida serpenteada por adustas callejuelas cargaba con el peso de todo tipo de sentimientos. Los anhelos y los deseos se mezclaban con amor y desamor, afecto y odio, las dos caras de una misma moneda. Yo me encontraba allí, junto a todas aquellas personas que no conocía y que jamás habría de conocer. Mi rostro humedecido por la ácida ironía de la vida amenazaba con perseguirme por el resto de mis días. Miré hacia el suelo, giré la cabeza y, resuelto, inicié mi larga travesía hacia el barco de mi condena, la nave que nunca levaría el ancla para adentrarse en el basto océano sin final. Llegué a casa con exactitud matemática, siempre alcanzaba el edificio a las cinco menos diez. Tomé la llave entre mis manos y palpé los bolsillos en busca de mi amuleto secreto, un pequeño diente de ornitorrinco engarzado en oro que mi mujer me había regalado tiempo atrás. Resoplé acalorado, las cosas no iban bien desde hacía unos meses, la tristeza había llamado a las puertas de mi bella Marina. Abrí la puerta con un chirrido y la llamé, esperanzado. No obtuve respuesta. Mis músculos se tensaron, una fría gota de sudor se deslizó por mi frente y un escalofrío recorrió mi columna vertebral. Me adentré por el pasillo y dirigí mis pasos hacia el dormitorio. Le grité de nuevo. Nada, silencio, negrura, olvido. Pasé a través del umbral, oscuridad contra oscuridad…y la ví, allí tendida, boca arriba, tan solo a un metro de la cama. Estaba pálida, con los ojos mirando sin mirar. Me acerqué lentamente, tambaleante. Observé la imagen inmóvil, queriendo despertar de una pesadilla de la que no podría despertar. Había botellas de alcohol desparramadas y pastillas que sin duda habían servido como placebo para borrar las penas. No podía creerlo, mi Marina estaba muerta, me había dejado sólo para toda la eternidad. Mis lágrimas se unieron al alcohol del ambiente, y mi rabia se tradujo en una desesperación que desgarro mis entrañas, destrozó mis músculos y se mantuvo en mi sexo y en mi cabeza. Pataleé como nunca había pataleado, enjuagué mis lágrimas con la mirada perdida de mi mujer y la abracé con desesperación, esperando su regreso. Nada cambió y ahora estoy aquí, al final de una senda que yo no decidí recorrer. ¿Qué he de hacer para destaponar el pozo que me aprisiona? Mi mente me dice que acabe con todo, que eleve una plegaria a la muerte, pero mi corazón me llama a la vida, se lo debo a ella.
Cuento 3: LA PUERTA
Era el final de todo. Qué triste ironía que, una vez logrado su primer objetivo, con grandes dosis de energía y requiriendo toda su rapidez, ahora Z. tuviera que limitar su actividad al anhelo de la espera. No se oía ruido alguno.
En la soledad de su espera, Z. se concentró en mantener la calma. La puerta… ni un metro la separaba de ella, y aún así, había dedicado todos sus esfuerzos a no acercarse más. No era así como quería que sucediese. De repente sintió un impulso irresistible de reírse. Se tapó la mano con la boca y miró fijamente la puerta, pero ésta no se movió ni un ápice.
No la había oído, y esto la desilusionó un poco. “No importaâ€