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No prometía ser un buen día; un aburrido domingo donde mi hermano se empeñó en hacerme levantar a las 9 (suena bien, pero trasnochando y con copas encima...); además la cabeza me dolía de forma intensa...así que decidí romper la rutina y me fui de paseo.
La mañana no podía ser más linda, los prados estaban llenos de miles de flores pequeñas y amarillas que creaban un tapiz de una densidad increíble. Las pequeñas terneritas pastaban junto a sus madres en plena libertad, y completa paz. Los caballos, de dos en dos y a la vera de árboles. Apenas había sol y en mi montaña las nubes negras se cernían prometiendo tormenta. El aire de la temperatura perfecta, y recorrer la distancia entre los dos pueblos me vació completamente de cansancio y me renovó de forma plena.
Y luego al llegar, abrí el correo y como en navidad tres paquetes me esperaban: un regalo enorme con mis juegos, un sobre marrón con mi música favorita y especialmente dedicada y pulseras de mi niña linda, y una carta también esperada y muy linda.
Me llenaron de ternura y cariño el corazón y han hecho que lo que prometía ser un terrible domingo de resaca, sola después de la juerga, se convierta en un día especial.

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