Un puzle inmenso compuesto de múltiples puzles menores
Como
si de una sucesión de muñecas rusas, cada estancia se compone de una
serie de puzles antes de llegar a un puzle mayor. Es la mecánica que el
equipo de Team Ico diseñó, donde avanzamos resolviendo diferentes
situaciones y viendo como la historia prácticamente queda inmutable.
Pero con cada nueva resolución, la relación entre criatura y muchacho se
va estrechando, y algunas pistas comienzan a aflorar.

El nivel
de los puzles no va acorde con la presente generación. Podríamos decir
que se trata de puzles complejos, que nos transportan a una época
anterior, donde el jugador se rompía la cabeza hasta el lanzamiento de
la revista de turno con la solución en la sección de trucos y guías. La
interfaz limpia dará buena cuenta de ello, pues no contamos con ninguna
ayuda más que la del narrador en momentos de máxima frustración.
Pero no estamos ante el juego perfecto
Efectivamente,
The Last Guardian cuenta con una resolución magnífica en el apartado
artístico, que hace que sin tener la máxima calidad gráfica del momento,
resulte sencillamente precioso. Es, sin embargo, en su laborioso
gameplay donde la aparición de algún bug o la frustración puede lastrar
este tipo de títulos.
La cámara es el primero de los escollos
donde tropezaremos una y mil veces, sobretodo en los puzles más
plataformeros, llenos de saltos. La IA ha sido muy aplaudida por crítica
y público, y la verdad es que Trico se siente “vivo”. Pero esa vida
puede no ser siempre obediente, ya que en ocasiones agitaremos el mando
con ganas de tirarlo por la ventana, a la vista de que el “cachorro” no
acaba por hacernos caso.
Los controles no se sienten del todo
cómodos. Las interacciones con Trico se realizarán mediante el botón R1 y
la botonera, dejando prácticamente inútiles el resto de gatillos.

La
banda sonora es gran culpable de esto dando color a cada emoción de
fondo. Tampoco logra unas composiciones que nos atrapen, simplemente
logra conectar con las emociones que sentimos en el momento adecuado con
la tonalidad y color justos. Takeshi Furukawa ha sabido entender el
proyecto y imprimirle la cantidad justa de emoción a través de cada
nota.
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