por kes » 02-02-2009 02:47
xDD Escribí esto hace muchíisimo tiempo O_o lo acabo de encontrar por casualidad jojo!
Regreso a Casa
—¿Qué tal el viaje, Romina?
—Prefiero no recordar —contesté malhumorada.
—¿Qué sucedió?
—Basta, basta —me dije a mí misma, pero no pude evitar recordar todo lo que había sucedido esa mañana.
Había estado algunos días en casa de mi padre, como no tenía otra forma de regresarme, aquella mañana me desperté temprano y fui, con decisión, a la estación de camiones. Llegué justo a tiempo para tomar el camión que iba a Cuernavaca, mi casa.
Al subir, miré el número de asiento con alivio, no había nadie y el viaje sería más cómodo si iba yo sola en dos asientos. Arrancamos y salimos de la gran ciudad lentamente, el tráfico sabía estorbar. En fin, la película no me interesaba en lo más mínimo así que me puse los audífonos y escuché el nuevo disco que había bajado el día anterior de Internet: Avalancha de éxitos de Café Tacuba.
Nos detuvimos un momento en la caseta, vi de reojo cómo algunos pasajeros abordaban el camión mientras yo rezaba por que nadie se sentara junto a mí, pero no sucedió. De repente, una forma descomunal llamó mi atención. Definitivamente era una señora intentando entrar al autobús, por un momento tuve la sensación de que se había atorado en la puerta. Cambié de idea y comencé rezar por que alguien se sentara junto a mí, siempre y cuando no fuera esa obesa mujer. La vi entrar, muy lentamente, rápidamente me recorrí al asiento del pasillo para ver mejor, si se sentaba junto a mí sería mi muerte. Caminaba lenta y pesadamente, y a cada paso parecía que el camión completo se tambaleaba. La panza se le desparramaba alrededor del cinturón, la grasa de las piernas temblaba como gelatina a cada movimiento, su papada parecía comenzar desde el ombligo, sus mejillas eran tan grandes que tapaban sus pequeños ojos marrones y el pelo lo tenía negro, largo y grasoso. Volteó a ver despreocupadamente mientras comía una quesadilla a la que le goteaba el queso derretido.
Al parecer se dio cuenta de que la miraba con atención, ya que me lanzó una sonrisa que lo único que consiguió fue que la señora me repugnara más. Para mi horror también su dentadura era espantosa: dientes separados, rodeados de sarro y puntitos amarillos y cafés por doquier. Me aparté con horror. La señora comenzó a caminar, nuevamente lento y pesado, cada vez se aproximaba más a mi asiento, un fuerte olor a sudor y pies me rodeó la nariz, sentía que me asfixiaba, me cambié de asiento y abrí la ventanilla rápidamente, algunas arcadas escaparon de mi garganta y los ojos se me llenaron de lágrimas, y no precisamente de orgullo. Además, había otro olor, apenas perceptible, un olor que me invitaba a imaginar cosas espantosas. Me encogí en mi asiento, intentando hallar un lugar no impregnado por su desagradable pestilencia, no pude evitar voltear a verle de nuevo, esta vez a la altura de sus rodillas y no dejé de notar la escasa constancia de la depilación de sus piernas.
No sé si fue por mala suerte, porque alguien intentaba castigarme, si fue casualidad o si esa mirada de desprecio que le lancé fue suficiente para creer que no me importaría tenerla cerca (al parecer no captó mi desagrado hacia ella), el asunto es que se sentó junto a mí, en realidad casi sobre mí. Sus caderas ocupaban su asiento y más de la mitad del mío. Miré con asco tremendo cómo la grasa de sus costados bajaba y bajaba, como si fueran escaleras sin fin. Me obligué a contraer el estómago, las costillas y los pulmones, lo que me ocasionó más problemas para respirar, sin embargo no era tarea fácil, ya que las arcadas querían escapar una y otra vez. Ya el aire fresco de la ventanilla no era suficiente para terminar mi sufrimiento. Tenía ganas de llorar. Ni mi nariz se acostumbraba a la pestilencia, ni mis ojos a la repugnancia que emanaba su aspecto. Pensé en el documental sobre obesos mórbidos que había visto la noche anterior y extrañé estar en mi cama calentita, burlándome de aquellas personas descomunales.
Continuamos el viaje sin novedades, me dolía todo por estar en una incómoda y poco saludable posición, apenas había espacio para mí. A pesar de todo prefería no pensar y cantaba en mi mente la música que recibía desde mi querido discman.
Hacía todo lo posible por no voltear a ver la monstruosidad, pero en un momento dado no pude evitarlo, para mi sorpresa se había quedado dormida, eso era un alivio ya que me permitiría cambiarme de lugar. Intenté pararme con decisión pero no había espacio, como si la panza le creciera con el tiempo y no con la comida. Ideé un plan rápido que me permitiría escapar, pero antes de llevarlo a cabo una curva brusca me tiró el discman de la mano y provocó que la señora se cayera sobre mi hombro. ¡Como si algo pudiera ir peor! Me quedé tiesa como palo, un escalofrío no dejaba de recorrer mi columna vertebral, las manos me temblaban y comencé a sudar con descontrol. Traté de sobreponerme y pensar con lucidez, le di un empujoncito y no funcionó, finalmente traté de quitarla con todas mis fuerzas, tomando impulso desde la ventanilla, pero era imposible y lo único que logré fue que se le abriera la boca. Como si la peste no fuera suficiente, su cálido aliento con olor a frituras de cebolla me golpeó el rostro. Se acomodó de tal manera que su boca quedó junto a mi oreja, casi me dejó sorda cuando roncó por primera vez. El hombro se me entumió rápidamente mientras yo no tenía posibilidad de movimiento, pensé en pedir ayuda a la pareja de atrás, pero sólo se desternillaban de risa. Me di cuenta de que era una odisea que tendría que librar sola. Forcejeé una y otra vez, sólo conseguí que mi hombro se me cansara más. Poco a poco el monstruo fue apropiándose de más espacio hasta dejarme totalmente aplastada contra la ventanilla, su cabello grueso me rozaba la mandíbula, su grosura hacía presión sobre mi pecho, eliminando toda posibilidad de respirar.
Pensé vías de escape, pero mi imaginación quedó reducida a “olorâ€
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