Hace ya 15 años que salió la última entrega de la saga Pilotwings y Nintendo por fin ha puesto fin a la espera y nos ofrece uno de los retornos más deseados. La verdad, no podrían haber elegido una plataforma mejor para la tercera entrega de la serie. Y es que la saga Pilotwings siempre ha estado vinculada, de una forma u otra, a las 3D. El juego original salió en Super Nintendo allá por 1990, y fue uno de los primeros juegos en hacer uso del Modo 7, una cualidad de SNES que permitía simular la creación de gráficos en 3D en imágenes en dos dimensiones. La secuela, Pilotwings 64, acompañó el lanzamiento de Nintendo 64, la consola con la que la compañía japonesa se metió de lleno en el mundo de los juegos poligonales. Conociendo sus precedentes, parece inevitable pensar que un tercer juego debía estar en el lanzamiento de la primera consola capaz de ofrecer imágenes en 3D sin necesidad de gafas.
No es un cúmulo de caprichosas –ni rebuscadas- coincidencias, sino que esta serie de vuelo siempre se ha apoyado en la necesidad de la tercera dimensión para poder extraer todo el jugo a su sistema de juego. No estamos ante un simulador de vuelo realista, ya que sus controles son sencillos, pero nos veremos envueltos en una serie de piruetas y misiones que requerirán de la pericia del jugador, el cual deberá de apoyarse por completo en las virtudes de la tercera dimensión.
Un paraíso para olvidar
Y henos aquí, de vuelta en la Isla Wuhu y sus aledaños dispuestos a explorar todos y cada uno de sus rincones... otra vez. La idea de Miyamoto de tener un escenario compartido a lo largo de varios juegos es una idea que convence. Pero tras aparecer en tres juegos diferentes empieza a no ser del todo satisfactoria. Una de las grandes emociones en los juegos, y especialmente en la saga Pilotwings, es la de explorar cada rincón del universo que se pone ante nosotros y sorprendernos en cada uno de sus rincones. Pero el hecho de volver al mismo lugar hace que la emoción de un nuevo juego se pierda ante un escenario que no es capaz de sorprender.
Sería de otra manera si al menos hubiera cambios en el entorno, como ocurría en Pokémon Oro y Plata al volver a Kanto o en la Montaña Espiral de Banjo y Kazooie. Pero es que la Isla Wuhu se mantiene inalterable en cada una de sus apariciones, repitiendo una y otra vez sus lugares emblemáticos y las explicaciones que se dan de ellos. Es por todo esto por lo que esperamos que, si no es la última aparición de la Isla Wuhu, sí sea la última vez que nos encontramos con un calco idéntico que ya conocemos como la palma de nuestra mano. No podemos evitar compararla con los grandes escenarios de la entrega para Nintendo 64.
A pesar de todo, la calidad técnica del título queda fuera de toda duda. Tanto el modelado de los escenarios como el de los Miis o el de los vehículos es extraordinario. Pudiendo ver cómo se comportan de forma realista ante los estímulos externos, especialmente con las corrientes de aire. El juego también cuenta con varios efectos de luces y con muy buenas texturas, aunque alguna que otra flojea en las distancia cortas. Aunque hay que reconocer que la Isla Wuhu está carente de vida. Al contrario de lo que ocurría en Wii Sports Resort, aquí no tendremos Miis pululando por los escenarios ni cochecitos deambulando por sus carreteras, lo que entristece el entorno y lo oscurece..
